lunes, 2 de marzo de 2020

La gran farsa del “calentamiento global”, un sucio negocio


  

Decenas de miles de científicos de todo el mundo afirman sobre el “cambio climático” ocasionado por la acción del hombre —y el consiguiente “calentamiento global”— ser una farsa, una mentira monumental. Al comienzo del documental The Great Global Warming Swindle (La Gran farsa del calentamiento global), dirigido y producido por el británico Martin Durkin, que puede verse en YouTube (y recomiendo que se vea), destacados expertos como  Siegfried Fred Singer, físico austríaco-estadounidense, profesor emérito de ciencia ambiental de la Universidad de Virginia; el británico-canadiense Timothy Francis Ball, geógrafo, climatólogo, profesor ordinario de Geografía en la Universidad de Winnipeg; Roy W. Spencer profesor, climatólogo, y científico investigador principal en la Universidad de Alabama en Huntsville, Jefe de Equipo Científico de EE.UU. para el Radiómetro de Escaneo del satélite de la NASA Aqua, siendo además científico principal, de estudios del clima en la NASA Marshall Space Flight Center, en Huntsville, Alabama; el climatólogo estadounidense Patrick J. Michaels, investigador principal en estudios ambientales en el Instituto Cato, en Washington D. C., profesor investigador de ciencias ambientales en la Universidad de Virginia, hasta 2007; el físico norteamericano Richard Siegmund Lindzen, experto estudioso de la atmósfera, reconocido internacionalmente por su trabajo referente a la dinámica de la atmósfera intermedia, las mareas atmosféricas y la fotoquímica del ozono; el geofísico danés Eigil Friis-Christensen (fallecido en septiembre de 2018) que fue gran especialista en física espacial; Nir Joseph Shaviv, israelí-estadounidense, profesor de física en el Instituto de Física Racah de la Universidad Hebrea de Jerusalén; todos hablan sin tapujos: «La alarma del ‘calentamiento global’ se disfraza de ciencia, pero no es ciencia, es propaganda»; «No podemos decir que el CO2 (su aumento en la atmósfera) cambiará el clima, ciertamente nunca lo hizo en el pasado»; «Si el CO2 aumenta en la atmósfera como un gas de efecto invernadero, entonces la temperatura aumentará. Pero los registros de hielo muestran exactamente lo contrario. Así que la aceptación fundamental sobre la teoría del “cambio climático” se muestra falsa».  Estos son sólo algunos, ya suman 31.000 científicos en el mundo los que niegan por escrito el “calentamiento global”. Quizá sea una relación extensa (y puede que densa para el lector) la que incluyo en el artículo, pero he considerado importante significar la categoría científica de algunos de los expertos que niegan categóricamente la teoría del “cambio climático” producido por la emisión de CO2, responsabilidad del hombre.
Tal farsa supone la apocalíptica campaña, que hasta importantes dirigentes del activismo medioambiental, como el ex presidente de Greenpeace Canadá, Patrick Moore, hastiado de tanta mentira, abandonó la célebre hiper-subvencionada ONG y hoy condena la fraudulenta teoría del “calentamiento global”.
Así y todo, sintetizando mucho, llegó el protocolo de Kioto, el 11 de diciembre de 1997 en Kioto, que no entró en vigor (entre tantas vicisitudes) hasta el 16 de febrero de 2005. A finales de 2009 era ratificado por 187 estados, que Estados Unidos de Norte América no firmó. A partir de entonces, gobiernos e instituciones, como la corrupta aglutinadora de parásitos Comunidad Europea, a forrarse a través de millonarias sanciones a todo aquel ente que no cumpla con las cuotas de emisión de gases de “efecto invernadero”.
Más tarde, el 22 de abril de 2016, vino el Acuerdo de París,  en el que se acordaba un fondo “climático” de 100.000 millones de dólares que los países desarrollados firmantes tendrían que “movilizar” (repartir entre los “activados” por la “causa” a partir del año 2020, especificando que este fondo deberá ser revisado al alza antes de 2025. Las ONGs y demás panda aplaudieron con las orejas.
Entre tanto, los medios de comunicación occidentales, en su inmensa mayoría, se hacen eficaces portavoces de la teoría que ya es “ideología”. A ella se sumaron personajes sin escrúpulos, como el ex vicepresidente de EE.UU. Al Gore, que se forró literalmente encadenando conferencias —por las que cobraba cifras astronómicas—, en las que se proyectaba su famoso documental Una verdad que incomoda, sobre la inminente destrucción de la Tierra a manos del hombre causante del “calentamiento global”, a pesar de la unánime negación de tal circunstancia por la comunidad científica. Al Gore, junto con el IPCC, acrónimo de Intergovernmental Panel on Climate Change  (Panel de las Naciones Unidas sobre el Clima; Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático), fue premiado con el —devaluado por su arrastre permanente por el fango de estiércol de la mentira circense mundial— Novel de la Paz de 2007, por su contribución a «crear conciencia sobre el tema con la difusión de su documental An Inconvenient Truth (Una verdad incómoda)», y, junto con la IPCC, «por sus esfuerzos en la reunión y difusión de conocimientos sobre los cambios climáticos provocados por el hombre», en palabras del presidente del Comité Nobel, Ole Danbolt Mjoes. Bien sabemos que dos años después, en 2009, el Nobel de la Paz volvió a revolcarse como vulgar gorrino por el suelo pocilguero de la falacia, al conceder el pomposo galardón a la inepta marioneta de la vil progresía yankee, Barack Obama. También en 2007 fue Al Gore, penosa y vergonzosamente, galardonado con el Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional, teatralizándose en Oviedo la ignominiosa pantomima.
No quedó exenta España de la divulgación del falaz discurso de Gore, y, en consecuencia, también contribuimos los españoles a agigantar la cuenta corriente del impostor vicepresidente del nefasto Bill Clinton.


En la foto Al Gore en una de las conferencias por las que cobraba una fortuna, en la que se exponía su documental Una verdad incómoda. Hoy es multimillonario.

El 22 de octubre de 2007, el ex vicepresidente estadounidense cobró 200.000 euros por exhibir su documental y pronunciar su consabida perorata en Palma de Mallorca, en el congreso organizado por el Instituto de Empresa Familiar, al que se prohibió terminantemente la entrada a la prensa, por expreso deseo del mismo Gore, circunstancia reflejada en el contrato, según informó entonces la agencia EFE. Al día siguiente, el norteamericano viajó a Barcelona, donde volvió a pronunciar su conferencia en los actos de inauguración del Congreso Inmas Forum, donde este sujeto, con patente de corso concedido por Naciones Unidas, gobiernos y prensa terráqueos, se atrevió a advertir que  «España es el país europeo con "más riesgo", por ser el "más vulnerable", de padecer las consecuencias del cambio climático y también con "más oportunidad" de contribuir a la lucha contra el calentamiento global». ¿En base a qué conocimientos este mamarracho osó soltar semejante “cátedra”. Oportunidad para contribuir a hacerle más rico, sin duda, la hubo, porque así fue. Dijo también durante su intervención: «Veo bastantes escépticos en España». ¿Será porque aún, y gracias a Dios, en nuestra hispana tierra habitan menos legos por km2 que por otros lares de nuestro planeta? Ojalá fuese así.
No quedó ahí la cosa. El Gobierno socialista del ayuntamiento de Sevilla aportó 120.000 euros a la Fundación Biosfera (ONG de origen argentino) para subvencionar un tercio del importe que conllevó la organización del II Encuentro Cambio Climático, Conciencia y Acción, promovido por el mismísimo Al Gore, y que se celebró el 18 de octubre de 2008, en plena cruenta crisis económica que sufrieron millones de familias españolas. En aquel encuentro, además de Gore, también participaron Rajendra Pachauri, por entonces presidente del Grupo Intergubernamental sobre el Cambio Climático de Nacionales Unidas, y —¡oh, cómo no!—Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, nombrado hacía poco teniente  de alcalde delegado de Urbanismo del Ayuntamiento de Sevilla, cuya conferencia versó sobre Ordenación Urbana Sostenible y Cambio Climático. Sorprendentemente, en el curriculum académico del concejal socialista no figuraba, entonces, nada que acreditase su supuesto conocimiento sobre la climatología, más que en Administración de Empresas y Marketing. Muy científica tuvo que ser su disertación.  Así pues, los 360.000 eurazos dieron para repartir suculentamente entre los participantes, la Fundación Biosfera —una más de tantas miles de ONGs sostenidas por suculentas subvenciones—, restando los 200.000 que se embolsaría Gore, puesto que ese era su mínima tarifa conocida. ¿Vamos entendiendo el negociete climático apocalíptico?
Según la agencia de noticias estadounidense Bloomberg, en un artículo de 2013, Al Gore, a finales de 2000, cuando perdió las elecciones contra George W. Bush, disponía de un patrimonio de 1,7 millones de dólares (1,3 millones de euros), que se había multiplicado hasta 200 millones de dólares (154 millones de euros) en la fecha del citado artículo. Hoy su fortuna aún se habrá multiplicado varias veces, entre otras cosas por los millonarios derechos de autor que ha cobrado (y sigue haciéndolo) por sus millones de ejemplares de libros vendidos, todos dedicados a la misma cantinela, traducidos a multitud de idiomas y distribuidos por todo el mundo, cuyos títulos rezan: Una verdad incómodaUna verdad incómoda para futuras generaciones (este es para descojonarse, digo yo); La Tierra en juegoEl ataque contra la razónNuestra elección; y no sé si alguno más. Todos sobre la misma falsa cantinela, ese dantesco panorama que nos aguarda a los humanos ante el avance inmisericorde del “calentamiento global”. Golfo, Gore.
Ignorada la negación rotunda por la comunidad científica mundial del llamado “calentamiento global” por los medios y los gobernantes y políticos de occidente, tal como el jeta Al Gore, en torno al fenómeno, surgieron, a miles por el mundo, ONGs vinculados al “cambio climático” —¡sí, a miles!, sólo en España superan la cifra de 400, según el Ministerio de Transición Ecológica—, así como afloraron otros tantos ecologistas mesiánicos, unos y otros subvencionados por los gobiernos occidentales y ese antro de tráfico de ilícitos negocios al que llamamos Naciones Unidas.  El antes mencionado IPCC (recordemos: Panel de las Naciones Unidas sobre el Clima), creado, ¡cómo no!, por Naciones Unidas en 1988, expande sus tentáculos adoctrinadores desde entonces, sin prisas, pero sin pausa los primeros años, y con la multiplicación de andanadas de los medios de comunicación a partir del año 2000. Nuevo siglo, nuevo milenio, más sibilina iniquidad sobre la ciudadanía occidental, la que, sumisa una vez más, asume la “teoría” como una verdad absoluta, incuestionable, condenando la negación de la farsa.
Pero llegó la hora de insuflar más oxígeno, o mejor dicho, más dióxido de carbono a la “causa eco-apocalótica”, crear pues mayor expectación a través de más horas de presencia en los medios de comunicación en todo el mundo (recordemos que en 2020, en función del Acuerdo de París, entrará en vigor el fondo “climático” de 100.000 millones de dólares que los países desarrollados tendrán que “movilizar” en pro de la causa climática). Es entonces cuando, casualmente, surge Greta Thunberg, sueca de 16 años, activista adolescente de causas variopintas. Al participar en una manifestación frente al Parlamento de Suecia, el 20 de agosto de 2018, durante una huelga escolar, llamó la atención del empresario Ingmar Rentzhog, presidente de un Think Tank («tanque de pensamiento», se definen como laboratorio de ideas e investigación o instituto de investigación, gabinete estratégico, centro de pensamiento o centro de reflexión; por supuesto hiper subvencionados, y por tanto sedientos de fenómenos mediáticos universales tales como “el cambio climático” y semejantes, del que son miembros desde políticos socialdemócratas suecos hasta ejecutivos de grandes empresas energéticas de ese país. En general, los Think Tank existentes en muchos estados, y están sometidos a los intereses de importante grupos de presión políticos y económicos). Tanto fue así que esa misma tarde Rentzhog publicó una fotografía de la joven Greta Thunberg en su página de Facebook, durante su proclama frente al Parlamento. También esa misma tarde, el Dagens Nyheter, periódico de más tirada de Suecia, publicó su historia de activista adolescente. El presente lo conocemos: En menos de un año, Greta Thunberg se ha convertido, en un referente mundial de la lucha contra el “cambio climático”.  Por supuesto que ella solita, gracias a su lúcida mente y locuaz verbo, no lo ha conseguido. Según las investigaciones del rotativo británico The Sunday Times, su meteórico éxito ha sido impulsado y promovido por grandes lobbies y empresas de energías renovables que utilizarían a la adolescente nórdica como espolón de proa  para «facilitar la transición al corporativismo verde». Y digo yo que al autor de dicha investigación —que agradecemos, dicho sea de paso— se le tuvo que hacer un churrasco las meninges, durante ardua investigación.
Pero que nadie se engañe, en este negocio no hay quien trabaje por la causa, por amor al arte. La actuación impostada de la joven sueca, con gestos faciales de niña de asesina de película de terror, está enriqueciendo sobremanera a sus padres, que administrarán sus caudales, siendo Greta aún menor de edad. Sin embargo, la sobreactuación de la histérica adolescente no engaña más que a lelos e ingenuos. De hecho, su teatralización, cual niña de El Exorcista, recientemente en la ONU, ha sido muy criticada, por el contenido y por las formas, por millones de “internautas” de medio mundo.
Y después de las marchas en pro de un planeta verde, luego de las recientes manifestaciones convocadas en las que millones de estudiantes se echaron a la calle, clamando por una atmósfera limpia, alertando de la inminente extinción de la Tierra, fluye la gran hipocresía de los mismos voceros del "calentamiento global", los vertidos al mar, y los incendios en la Amazonia, desde la moda y consignas imperantes, creadas e inducidas por nefastas oligarquías económicas y políticas (las segundas corruptos lacayos de las primeras), sin verdadero conocimiento de la causa que dicen defender. Luego del griterío, de la algarada ecologista, se van de celebración, de botellón, a las playas y los parques, según se dé, dejando tras ellos el rastro que los describe como turba dirigida, enemiga del individuo y su libre pensamiento: botellas de vidrio, de plástico, bolsas de todo tipo, colillas y multitud de deshechos orgánicos e inorgánicos esparcidos por el lugar, evidenciando con este comportamiento su incivismo borreguil más deplorable, y por tanto la farsa real de todo este movimiento y de tantos otros de similitud ideológica e iguales turbios intereses.
Por supuesto que hay que cuidar nuestro planeta, pero seriamente, no con mamarrachadas de masas de marionetas que cuelgan de hilos manipulados por Polifemos, tales como los execrables George Soros, Peter Sutherland, los Rockefeller, y tantos otros empeñados en el manejo de la humanidad al ritmo de sus conveniencias, por el sendero que ellos marcan.
El gran capital y la masonería, la masonería y el gran capital. Llamémosle Lucifer, llamémosle Belcebú. Los voceros, marionetas ideologizadas hasta las trancas, en parte; y en parte, ingenuos. Todos conducidos como rebaños.