jueves, 17 de agosto de 2017

La impavidez de la Europa pre-islamizada y el terror yihadista que le acompaña

Cuando el 14 de febrero de 1989 el ayatollah Ruhollah Jomeini declaró una fatwa contra el escritor británico de origen indio Salman Rushdie, por considerar blasfema su novela Los Versos Satánicos, hacía toda una declaración de intenciones. Con esta fatwa instaba a todos los musulmanes del mundo a «ejecutar» al autor del libro y a toda persona relacionada con su publicación. Desde ese instante, Scotland Yard se hacía cargo de la seguridad del escritor durante las 24 horas del día, bajo la responsabilidad del gobierno británico. La soflama del integrista Jomeini provocó graves disturbios ocasionados por fanáticos musulmanes en Reino Unido y en Estados Unidos, principalmente, que protestaron por la publicación de aquella obra. Más graves aún fueron las brutales agresiones al traductor japonés Hitoshi Igarashi y al italiano Ettore Capriolo, así como al editor noruego Wiliam Nygaard. Igarashi falleció a los pocos días a consecuencia de las heridas sufridas. Aquel fue un ataque salvaje a la libertad de expresión, a la libertad en sí misma, pilar fundamental de nuestra civilización. Hoy, Salman Rushdie sigue bajo protección policial y cambia de domicilio cada seis meses. Recuerdo esta perversa circunstancia porque la considero un ejemplo meridiano del fanatismo islamista, del poder de un líder musulmán sobre una parte muy numerosa de población absolutamente manipulable, hasta tal punto de que, sin conocimiento real del supuesto motivo por el cual se consideró aquel libro blasfemo, la muchedumbre salió a la calle a vociferar como posesos, yendo algunos más organizados a la caza de aquellos relacionados con la publicación.

El radicalismo islamista hoy
Aquel radicalismo sin sentido es el mismo que hoy ataca Europa y el mismo que sufren aquellos musulmanes que tan sólo quieren vivir su fe. No es cierto que sean unas minorías de musulmanes fanáticos, desubicados socialmente, los dispuestos a atentar contra nuestras vidas, como sucedió ayer en Barcelona, y en Londres, en Manchester, en París, en Bruselas y en otras ciudades del Viejo Continente en estos tiempos recientes. No son solo unos jóvenes inadaptados, tal como nos han estado contando los gobiernos europeos y una parte de los medios de comunicación. Son muchos los musulmanes radicalizados dispuestos a matar al infiel, es decir, a nosotros, si se brinda la posibilidad; y a morir en el intento, absolutamente convencidos de alcanzar con ello el paraíso, donde les esperan setenta y dos vírgenes a cada uno de ellos. En torno al 15%-20% de los musulmanes son radicales islamistas, confirman diferentes agencias de seguridad, ¡250 millones de individuos! en el mundo. Porque son millones los que han sido y son adoctrinados en el odio a occidente y en el objetivo de hacer de Europa un califato irrenunciable, afirmación que puede parecer ciencia ficción, pero que no lo es, que está escrita en los manuales de Daésh y de Al Qaeda, por ejemplo. El especialista en la yihad, David Garriga, en su libro La yihad, ¿qué es? (Comanegra, 2015), analiza La gestión del salvajismo (también conocido como La gestión de la barbarie), manual de Daésh, escrito por Abu Bakr Naji (probablemente un seudónimo). En él podemos leer: «Nuestra batalla es larga y todavía está en sus inicios (…). Sin embargo, su larga duración proporciona una oportunidad para la infiltración entre los adversarios (occidente). Nosotros debemos infiltrarnos en las fuerzas policiales, los ejércitos, las empresas de seguridad privadas y las instituciones civiles sensibles». También señala Garriga en su libro que en el texto de Abu Bakr Naji se explica que «es importante crear un sentimiento de inseguridad en regiones enteras de occidente, áreas de “salvajes” que se dejarán gestionar por yihadistas que se verán como “salvadores” de todo ese caos. Una vez que el orden islámico se haya implantado y la armonía que aplica la sharía se haya restaurado, el paseo hasta el califato fluirá solo».


Se adoctrina en el odio a occidente en la misma Europa
Se adoctrina en la sharía, en la yihad y en el odio al infiel, en mezquitas salafistas (fundamentalistas sunitas), en ciudades del Viejo Continente, ante la pasividad de las autoridades. Europa ha cometido el grave error de haber franqueado las fronteras sin control alguno a una sociedad que ve el mundo de manera absolutamente diferente a la nuestra (donde los derechos humanos son reconocidos, donde la libertad individual es protegida, al contrario que en sus países de origen), sin intención de integrarse en su mayoría, y que, para colmo de males, pretende imponer su forma de vida (al margen de nuestras leyes) y sus creencias allí donde se establece, como lleva haciendo el islam desde el siglo VII. Con la particularidad de que en el islam se prohíbe levantar iglesias de otras religiones, y en Europa se les ofrecen todas las facilidades para que abran sus mezquitas. Lo cierto es que ya son cientos de barrios en ciudades europeas convertidos en pequeñas repúblicas islámicas, bajo el mandato de grupos salafistas, donde se impone la sharía; donde se agrede a quien asoma la cara con una cámara de televisión; donde se refugian yihadistas y preparan atentados; donde imponen sus leyes partidas de policía religiosa a las órdenes del imán de la zona, que a su vez alecciona a sus fieles en el integrismo; donde hay colegios de enseñanza musulmana en los que se instruye a los niños en cómo aplicar las pertinentes torturas y cómo llevar a efecto las ejecuciones según la sharía; donde se les incita al odio al no musulmán. Se puede ver un vídeo en YouTube, grabado con cámara oculta, concretamente en una escuela de Londres, donde la profesora les dice a los niños que «el castigo para el homosexual es matarlo, tirarlo del lugar más alto que se encuentre en la zona», y que a la adultera hay que «apedrearle hasta la muerte». ¿Cómo van a integrarse y vivir en una sociedad de libertades e igualdad como son las democracias occidentales, con todos sus defectos? Son cientos de barrios europeos donde no actúan las fuerzas del orden, como sucede por ejemplo en el funestamente conocido Molenbeek-Saint-Jean en Bruselas. Existen miles de distritos en ciudades de nuestro continente donde se exhiben carteles que advierten textualmente: «Usted está entrando en una zona controlada por la sharía: reglas islámicas obligatorias». Zonas denominadas como «no-go» en Francia, Reino Unido, Holanda, Suecia, Bélgica, Alemania, Italia. De lugares como la Piazza Venezia en Roma se han apropiado las comunidades musulmanas, que la consideran territorio de oración exclusivo. Sobre esta situación escribió largo y tendido la periodista y escritora italiana, fallecida hace unos años, Oriana Fallaci, en su libro Las raíces del odio. La misma Fallaci tuvo que abandonar Italia por amenazas de muerte por parte de sectores musulmanes radicales. Lugares donde se insta a mujeres occidentales a enfundarse un shador o cubrirse con el hiyab, para poder transitar por las cercanías sin tener problemas. Recordamos la oleada de agresiones sexuales cometidas por refugiados musulmanes (sirios en su mayor parte), recién llegados a la ciudad alemana de Colonia, la nochevieja de 2015. Mil bárbaros salieron a la caza de mujeres, agrediendo a 170, según las denuncias realizadas. Ni las autoridades locales ni la prensa pudieron ocultarlo, aunque lo intentaron. 
Ignacio Para Rodríguez-Santana, en su libro Europa en peligro y España en la encrucijada, recuerda lo afirmado por el presidente de Argelia, Huari Bumedian, ante la asamblea de Naciones Unidas en su famoso discurso pronunciado en 1974: «Un día, millones de hombres abandonarán el hemisferio sur para irrumpir en el hemisferio norte. Y no lo harán precisamente como amigos. Porque irrumpirán para conquistarlo. Y lo conquistarán poblándolo con sus hijos. Será el vientre de nuestras mujeres el que nos dé la victoria. Al igual que los bárbaros acabaron con el Imperio Romano desde dentro, así los hijos del Islam, utilizando el vientre de sus mujeres, colonizarán y someterán a toda Europa». Así como lo que el iman Yusuf al-Qaradawi, uno de los líderes intelectuales más importantes de los Hermanos Musulmanes —declarada ya organización terrorista por varios países, entre ellos EEUU—, proclamó en 2005: «El islam volverá a Europa como conquistador victorioso tras ser expulsado de ella dos veces, una desde el sur, desde Al Ándalus, y la segunda desde el este, cuando llamó a las puertas de Atenas (se refería a Viena). Conquistando Europa, el mundo será del islam». Y lo augurado por Muammar el Gadafi: «Hay signos de que Alá garantizará la victoria islámica sobre Europa sin espadas, sin pistolas, sin conquistas. No necesitamos terroristas, no necesitamos suicidas, los más de 50 millones de musulmanes en Europa la convertirán en un continente musulmán en pocas décadas». Y no iba desencaminado el desaparecido gobernante libio, puesto que el promedio de hijos por matrimonio europeo está en 1,5 al año y los musulmanes asentados en el Viejo Continente alcanzan casi los seis.
Es una falacia atribuir la causa del terrorismo yihadista sólo a las políticas de occidente en el oriente próximo islámico. Recordemos que los suníes y chiíes llevan matándose entre ellos desde hace catorce siglos y hoy siguen haciéndolo (de hecho son musulmanes las víctimas más numerosas del integrismo islamista). Así como unos y otros han perseguido, torturado y asesinado —siguen haciéndolo también, ante la indiferencia de gobiernos e instituciones occidentales— a varios millones de cristianos en Asia y África. Según el estudio elaborado por Center for Study of Global Christianity (El Centro para el Estudio del Cristianismo Global), 90.000 cristianos a causa de su fe, fueron asesinados por musulmanes en 2016. ¿Acaso estos cristianos indefensos son responsables de las políticas de Estados Unidos, Francia o Reino Unido?

Es lamentable la actitud de una parte de la población musulmana ante los atentados yihadistas en occidente. Recuerdo el minuto de silencio previsto, por las víctimas de París del atentado sufrido en noviembre de 2015, en la sala de fiesta Bataclan, antes del partido de fútbol entre Grecia y Turquía, que se celebró en Estambul un día después, interrumpido por el público turco con gritos de Allahu akbar (Alá es el más grande), en un único clamor. Y ya es habitual que cuando Al Jazeera —televisión de Qatar, estado gran financiador del terrorismo islámico junto con Arabia Saudí— informa de un atentado con muertos en occidente, miles de espectadores  manifiesten su alegría ante el hecho criminal, a través de las redes sociales. Y no es esto una opinión, es un hecho. Como no es una opinión, sino un hecho, que lo que une a los terroristas islamistas es su común odio a occidente, pues no tenemos más que observar el origen de los autores de las diversas masacres recientes. Londres, 4 de junio: Khuram Butt, paquistaní; Rachid Redouane, libio-marroquí; y Yusef Zaghba, italo-marroquí. Son orígenes diversos, Siria, Paquistán, Afganistán, Argelia, Marruecos, etc. Cuando el objetivo es acabar con la vida del infiel, no hay naciones de procedencia, no hay chiitas ni sinitas ni salafistas, sólo hay islam. Y la crueldad no tendrá límites. Como no la tuvo en la sala Bataclan, donde los yihadistas mutilaron genitales y torturaron a los heridos, aún vivos. ¿Lo sabías? Pues así consta en los documentos de la Comisión Parlamentaria que el Gobierno francés mantuvo ocultos hasta hace poco. Según dicho documento, los policías que acudieron en un primer momento a la sala de fiesta declararon encontrar el cadáver de un joven al que habían amputado los testículos y metidos en la boca, además de arrancarle un ojo; que varias mujeres fueron apuñaladas en los genitales; que hubo personas destripadas, degolladas y decapitadas. Toda aquella barbarie había sido perpetrada en el segundo piso de la discoteca, mientras la policía mantenía un tiroteo con uno de los terroristas antes de conseguir acceder al interior.

¿Qué resolverán las velitas, las flores y los violines?
Volviendo al presente europeo y los sucesivos atentados yihadistas, luego del último terrible en las Ramblas de Barcelona y en Cambrils, una vez más tocan las velitas y las flores, el pianista en la calle y el violinista que le acompaña, con corros de ciudadanos con brazos entrelazados y miradas lacrimógenas y los políticos hablaran de que «jamás nos vencerá el terrorismo si nos mantenemos unidos». ¿Y esa política frase qué significa? Las naciones europeas renuncian a sus orígenes cristianos, a su identidad en favor de las imposiciones musulmanas en nuestro suelo. Está la ciudadanía europea, en su mayoría, tan atolondrada como acobardada, en una inopia superlativa en cuanto a la realidad de lo que nos está sucediendo. Ciudadanos europeos que ahora nos sentiremos intranquilos en la terraza de una plaza pública, en un concierto multitudinario o simplemente cruzando un puente. El islam fanático ha conseguido meterse en nuestra casa, y puede conseguir hacer de nuestro civilizado hogar un infierno. Camino lleva de ello, si no se pone severo coto a su avance. Si no se localiza a los radicales potencialmente criminales, se les detiene y se les expulsa a sus países de origen. Si no se cierran las mezquitas salafistas y asimismo se deportan a los imanes que proclamen la sharía y la yihad e inciten el odio al «infiel». De esta manera se favorecerá a que los musulmanes que quieran escapar de esos círculos perniciosos e integrarse en la sociedad europea —como lo hacen otras etnias—, puedan hacerlo. 
Mientras Europa contemple impávida su estado de pre-islamización, más preocupada, ¡hipócrita!, de posibles flujos de islamofobia que de la ya no tan silenciosa invasión musulmana, seguirán muriendo europeos en las calles y plazas de nuestras ciudades a manos de yihadistas, así como seguirán multiplicándose barrios musulmanes por cuyas cercanías no podrán circular mujeres que no vistan según el precepto del islam. No nos equivoquemos, el problema al que nos enfrentamos no es sólo el atentado latente en cualquier plaza de Europa, puesto que peligra nuestra civilización, aunque pueda parecer ciencia ficción. 

1 comentario:

  1. Ya veo que tristemente comunidades musulmanas aqui en Inglaterra acuden a declarar su apoyo a la ciudadanía inglesa que llora un ataque a un centro de entretenimiento como fué recientemente en Manchester, estan ellos-as genuinemente integrados?, muchos, especialmente politicos que necesitan sus votos quieren aceptar que lo estan, yo como convertido cínico a todos los niveles, tengo mis dudas y siempre miro mas allá de la primera intención expresada. ¿A quien beneficia? a la comunidad musulmana..., si hablas en contra tus mismos compatriotas te acusan de racista e islamófobo. Un punto mas a favor de los islamistas, pienso para
    mi...

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